El Nápoli Argentino en Uruguay IV
Cuarta y última entrega de la crónica sobre el viaje a Uruguay...
El tenue y perpendicular brillo del sol prácticamente esfumaba la línea del horizonte que apenas separaba un cielo cada vez más rojizo y violáceo de un suelo llano y verde. Vilma Palma e Vampiros sonaba de fondo y los jugadores napolitanos se turnaban para refrescarse bajo la ducha. Matías G. y Ale fueron los últimos en bañarse y cuando estuvieron listos, el resto de sus compañeros ya saciaba su sed con latas de Schin en el quincho abierto donde se cocinaba el asado.
A pesar del cansancio, el grupo argentino estaba eufórico, por lo que la música no paró de sonar y las bromas estuvieron a la orden del día y, principalmente, a cargo del entrenador. Por ejemplo, a Chuger, por el alto rendimiento y golazo de éste, lo rebautizó como “pistón” y a Ale “morrón”, porque había recibido durante el partido un pelotazo de Nico G. que inflamó su ya prominente nariz.
Entre los primeros chorizos hubo charlas de fútbol con los colegas uruguayos –la mayoría de ellos excitados por el triunfo carbonero por 4 a 2-y de postre un whisky importado y unas palabras de Ale agradeciendo a los anfitriones y destacando la poderosa capacidad del fútbol para acercar a las personas, incluso a las desconocidas.
También hubo brindis varios, en su mayoría dirigidos a Ricky, quien se casaba el 24 de marzo, por lo que estaba viviendo su último viaje de soltero.
Los charrúas fueron ordenando el quincho y los argentinos siguieron bebiendo y bromeando a la espera de que llegara la combi que lo trasladaría de regreso al hostel. “No se puede ser más feliz”, repetía Esteban mientras intentaba pegarle un pelotazo al molino ubicado detrás de la capilla aunque apenas se podía ver esa altísima estructura en medio de la oscuridad de una noche estrellada.
La despedida de los uruguayos incluyó una promesa de ellos de que viajarían a Buenos Aires para disputar la revancha y así el regreso de los argentinos a Che Lagarto fue una fiesta con música y cánticos y el nacimiento de un nuevo apodo para Leandro: “Castawer”, una deformación del spanglish de “castor”.
Una vez en las habitaciones, un grupo encabezado por Cristian L., Ernesto y Nico B. se dirigió a jugar al Casino ubicado a la vuelta, otros jugadores dormitaron un rato, como Esteban Ricky, Nico G., Leandro y Cristian S., mientras que Ale y Matías G. permanecieron despiertos en el living de la planta alta charlando y tomando un fernet porque sabían que si se acostaban no iban a despertar hasta el otro día y se perderían la salida nocturna con todo el grupo.
La salida fue nuevamente hacia Pocitos y a bordo del vehículo de Fernando, aunque la mayoría de los jugadores estaba tan cansada que regresó del local bailable al hostel promediando la madrugada del domingo. El último de los mohicanos volvió a ser Esteban, aunque esta vez no estuvo solo y no lo asaltaron.
El domingo amaneció con un sol aún más fuerte que el del día anterior, ideal para ir a la playa, pero ninguno de los argentinos pisó la arena. Inicialmente, Ale y Cristian S. regresaron solos, en el primer vuelo de la mañana que partió de Carrasco, donde el delantero perdió su teléfono celular.
En tanto, el resto del plantel se levantó cerca del mediodía, excepto el Tanque –tal como lo había hecho el sábado- luego de que la encargada del hostel se introdujera en las habitaciones para recordarles que debían hacer el check out.
Los jugadores prepararon los bolsos y luego caminaron hacia el puerto, donde almorzaron una parrillada uruguaya completa que incluyó asado, chorizos, morcillas, chinchulines, mollejas, choto, tripa gorda, pamplonas, pollo, riñones y morrones; mientras Leandro insistía en ir a la playa ya que se había perdido la excursión del día anterior.
Después volvieron al hostel y de allí directo al aeropuerto donde compraron de todo un poco en el free shop: bebidas para fututos brindis, chocolates, perfumes, etc. Incluso Chuger compró a pesar de que ya lo había hecho en la ida, cuando adquirió unas canilleras que, según el entrenador, en el futuro serían parte del museo histórico del equipo.
“No se puede ser más feliz”, siguió repitiendo Esteban en el aeroparque porteño y en los días posteriores al viaje. ¡Y cuánta razón hay en esa frase! Seis palabras que al comienzo de este relato parecían insuficientes e impensadas para describir 48 horas históricas, inolvidables, felices, imborrables, alegres, amistosas, triunfales, emotivas, intensas, únicas, futboleras, irrepetibles…
A pesar del cansancio, el grupo argentino estaba eufórico, por lo que la música no paró de sonar y las bromas estuvieron a la orden del día y, principalmente, a cargo del entrenador. Por ejemplo, a Chuger, por el alto rendimiento y golazo de éste, lo rebautizó como “pistón” y a Ale “morrón”, porque había recibido durante el partido un pelotazo de Nico G. que inflamó su ya prominente nariz.
Entre los primeros chorizos hubo charlas de fútbol con los colegas uruguayos –la mayoría de ellos excitados por el triunfo carbonero por 4 a 2-y de postre un whisky importado y unas palabras de Ale agradeciendo a los anfitriones y destacando la poderosa capacidad del fútbol para acercar a las personas, incluso a las desconocidas.
También hubo brindis varios, en su mayoría dirigidos a Ricky, quien se casaba el 24 de marzo, por lo que estaba viviendo su último viaje de soltero.
Los charrúas fueron ordenando el quincho y los argentinos siguieron bebiendo y bromeando a la espera de que llegara la combi que lo trasladaría de regreso al hostel. “No se puede ser más feliz”, repetía Esteban mientras intentaba pegarle un pelotazo al molino ubicado detrás de la capilla aunque apenas se podía ver esa altísima estructura en medio de la oscuridad de una noche estrellada.
La despedida de los uruguayos incluyó una promesa de ellos de que viajarían a Buenos Aires para disputar la revancha y así el regreso de los argentinos a Che Lagarto fue una fiesta con música y cánticos y el nacimiento de un nuevo apodo para Leandro: “Castawer”, una deformación del spanglish de “castor”.
Una vez en las habitaciones, un grupo encabezado por Cristian L., Ernesto y Nico B. se dirigió a jugar al Casino ubicado a la vuelta, otros jugadores dormitaron un rato, como Esteban Ricky, Nico G., Leandro y Cristian S., mientras que Ale y Matías G. permanecieron despiertos en el living de la planta alta charlando y tomando un fernet porque sabían que si se acostaban no iban a despertar hasta el otro día y se perderían la salida nocturna con todo el grupo.
La salida fue nuevamente hacia Pocitos y a bordo del vehículo de Fernando, aunque la mayoría de los jugadores estaba tan cansada que regresó del local bailable al hostel promediando la madrugada del domingo. El último de los mohicanos volvió a ser Esteban, aunque esta vez no estuvo solo y no lo asaltaron.
El domingo amaneció con un sol aún más fuerte que el del día anterior, ideal para ir a la playa, pero ninguno de los argentinos pisó la arena. Inicialmente, Ale y Cristian S. regresaron solos, en el primer vuelo de la mañana que partió de Carrasco, donde el delantero perdió su teléfono celular.
En tanto, el resto del plantel se levantó cerca del mediodía, excepto el Tanque –tal como lo había hecho el sábado- luego de que la encargada del hostel se introdujera en las habitaciones para recordarles que debían hacer el check out.
Los jugadores prepararon los bolsos y luego caminaron hacia el puerto, donde almorzaron una parrillada uruguaya completa que incluyó asado, chorizos, morcillas, chinchulines, mollejas, choto, tripa gorda, pamplonas, pollo, riñones y morrones; mientras Leandro insistía en ir a la playa ya que se había perdido la excursión del día anterior.
Después volvieron al hostel y de allí directo al aeropuerto donde compraron de todo un poco en el free shop: bebidas para fututos brindis, chocolates, perfumes, etc. Incluso Chuger compró a pesar de que ya lo había hecho en la ida, cuando adquirió unas canilleras que, según el entrenador, en el futuro serían parte del museo histórico del equipo.
“No se puede ser más feliz”, siguió repitiendo Esteban en el aeroparque porteño y en los días posteriores al viaje. ¡Y cuánta razón hay en esa frase! Seis palabras que al comienzo de este relato parecían insuficientes e impensadas para describir 48 horas históricas, inolvidables, felices, imborrables, alegres, amistosas, triunfales, emotivas, intensas, únicas, futboleras, irrepetibles…
Marzo 2012
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